PABLO NERUDA CANTO GENERAL IX QUE DESPIERTE EL LEÑADOR
VI Paz para los crepúsculos que vienen
Ediciones Océano, Mexico, 1950
Leído por Luigi Maria Corsanico
Quilapayún Preludio Instrumental El Reencuentro: Cantata Santa María de Iquique
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PAZ para los crepúsculos que vienen, paz para el puente, paz para el vino, paz para las letras que me buscan y que en mi sangre suben enredando el viejo canto con tierra y amores, paz para la ciudad en la mañana cuando despierta el pan, paz para el río Mississippi, río de las raíces: paz para la camisa de mi hermano, paz en el libro como un sello de aire, paz para el gran koljós de Kíev, paz para las cenizas de estos muertos y de estos otros muertos, paz para el hierro negro de Brooklyn, paz para el cartero de casa en casa como el dia, paz para el coreógrafo que grita con un embudo a las enredaderas, paz para mi mano derecha, que sólo quiere escribir Rosario: paz para el boliviano secreto como una piedra de estaño, paz para que tú te cases, paz para todos los aserraderos de Bío Bío, paz para el corazón desgarrado de España guerrillera: paz para el pequeño Museo de Wyoming en donde lo más dulce es una almohada con un corazón bordado, paz para el panadero y sus amores y paz para la harina: paz para todo el trigo que debe nacer, para todo el amor que buscará follaje, paz para todos los que viven: paz para todas las tierras y las aguas.
Yo aquí me despido, vuelvo a mi casa, en mis sueños, vuelvo a la Patagonia en donde el viento golpea los establos y salpica hielo el Océano. Soy nada más que un poeta: os amo a todos, ando errante por el mundo que amo: en mi patria encarcelan mineros y los soldados mandan a los jueces. Pero yo amo hasta las raíces de mi pequeño país frío. Si tuviera que morir mil veces allí quiero morir: si tuviera que nacer mil veces allí quiero nacer, cerca de la araucaria salvaje, del vendaval del viento sur, de las campanas recién compradas. Que nadie piense en mí. Pensemos en toda la tierra, golpeando con amor en la mesa. No quiero que vuelva la sangre a empapar el pan, los frijoles, la música: quiero que venga conmigo el minero, la niña, el abogado, el marinero, el fabricante de muñecas, que entremos al cine y salgamos a beber el vino más rojo.
Yo no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar y para que cantes conmigo.
Fernando Pessoa Libro del desasosiego Edición de Richard Zenith Traducción de Perfecto E. Cuadrado Acantilado, colección Acantilado Bolsillo. Barcelona 1998 Fragmento 96 A tragédia principal da minha vida… Livro do Desassossego por Bernardo Soares.Vol.I. Fernando Pessoa. (Recolha e transcrição dos textos de Maria Aliete Galhoz e Teresa Sobral Cunha. Prefácio e Organização de Jacinto do Prado Coelho.) Lisboa: Ática, 1982. – 96.
Leído por Luigi Maria Corsanico
Dmitri Shostakovich Quartet No. 8 in C minor, Op. 110- Largo Emerson String Quartet
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La tragedia principal de mi vida es, como todas las tragedias, una ironía del Destino. Me repugna la vida real como una condena; me repugna el sueño como una liberación innoble. Pero vivo lo más sórdido y lo más cotidiano de la vida real; y vivo lo más intenso y lo más constante del sueño. Soy como un esclavo que se emborracha a la hora de la siesta —dos miserias en un solo cuerpo. Sí, veo nítidamente, con la claridad con [que] los relámpagos de la razón hacen destacar de la negrura de la vida los objetos próximos que nos la configuran, lo que hay de vil, de débil, de descuidado y de facticio en esta Rúa dos Douradores que es mi vida entera —esta oficina sórdida hasta su médula de persona, este cuarto alquilado por meses donde no pasa nada salvo que vive en él un muerto, esta mercería de la esquina a cuyo dueño conozco como cualquier persona conoce a otra, estos mozos de la puerta de la vieja taberna, esta trabajosa inutilidad de todos los días iguales los unos a los otros, esta continua repetición de los mismos personajes, como un drama que consistiera apenas en el escenario y ese escenario estuviera del revés… Pero veo también que huir de todo esto equivaldría a dominarlo o a repudiarlo, y yo ni lo domino, porque no lo excedo dentro de lo real, ni lo repudio, porque, sueñe lo que sueñe, me quedo siempre donde estoy. ¡Y el sueño, la vergüenza de huir hacia mí mismo, la cobardía de tener como vida esa basura del alma que los demás tienen sólo en sueños, en la figura de la muerte con que roncan, en la calma con que parecen vegetales aventajados! ¡No poder tener un gesto noble que no sea de puertas adentro, ni un deseo inútil que no sea verdaderamente inútil! César definió bien la figura de la ambición cuando dijo aquello de: «¡Antes el primero en la aldea que el último en Roma!» Yo no soy nada ni en la aldea ni en Roma ninguna. El mercero de la esquina es por lo menos respetado desde la Rúa da Assunção hasta la Rúa da Vitoria; es el César de toda una manzana de casas. ¿Yo superior a él? ¿En qué, si la nada no comporta superioridad, ni inferioridad, ni comparación? Es el César de toda una manzana y a las mujeres les gusta condignamente. Y así voy arrastrándome haciendo lo que no quiero, y soñando lo que no puedo poseer, mi vida □, absurda como un reloj público parado. Aquella sensibilidad tenue, pero firme, el sueño largo más consciente □ que en su conjunto forman mi privilegio de penumbra.
Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra…
FERNANDO PESSOA Libro del desasosiego Trecho 188 “Livro do Desassossego, Composto por Bernardo Soares, Ajudante de Guarda-livros na Cidade de Lisboa.”
Traducído por Manuel Moya Escobar Su traducción de Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, apareció en 2010 (Ed. Baile del Sol) y tendrá su segunda edición en Alianza ed. (2016)
Leído por Luigi Maria Corsanico
Heitor Villa-Lobos Choros No 5 “Alma Brasiliera” Cello – Yo-Yo Ma Piano – Kathryn Stott
Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra. Vivimos en un anochecer de conciencia, sin saber con certeza lo que somos o lo que creemos ser. En los mejores de nosotros vive la vanidad por algo y hay un cierto error cuyo alcance ignoramos. Somos eso que ocurre en el intermedio de un espectáculo. A veces, por determinadas puertas, entrevemos lo que quizás no sea más que un escenario. Todo el mundo anda confundido, como las voces en la noche.
Estas páginas donde registro con una claridad perdurable, las releo ahora y me pregunto. ¿Qué es esto y para qué? ¿Quién soy cuando siento? ¿Qué es lo que muere en mí mientras soy?
Como alguien que desde lo alto quisiera distinguir las vidas del valle, así es como me contemplo desde la cima y soy, a pesar de todo, un paisaje similar y distinto.
En estas horas en que siento un abismo en el alma, es cuando el más pequeño pormenor me oprime como una carta de despedida. Me siento constantemente como a punto de despertar, sufro mi conexión conmigo mismo, en el sofoco de las conclusiones. De buenas ganas gritaría si mi voz pudiese llegar a alguna parte. Pero hay un gran sueño conmigo que se traslada de unas sensaciones para otras como una sucesión de nubes, de ésas que dejan diversos colores del sol y verde césped medio entristecida de los páramos.
Soy como alguien que busca al azar, sin saber dónde está escondido el objeto del que ni siquiera le han dicho qué es. Jugamos al escondite con nadie. Hay en alguna parte un subterfugio trascendente, una divinidad fluida y solamente escuchada.
Releo, sí, estas páginas que representan míseras horas, pequeños sosiegos e ilusiones, grandes esperanzas relegadas al paisaje, tristezas como dormitorios donde nadie entra, un gran cansancio, el evangelio por escribir.
Cada cual tiene su vanidad, y la vanidad de cada cual consiste en olvidarse de que existen otros seres con un alma similar a la nuestra. Mi vanidad la constituyen algunas páginas, unos fragmentos, ciertas dudas…
¿Releo? ¡Mentí! No me atrevo a releer. No puedo releer. ¿De qué me serviría? Quien está ahí ya es otro. Ya no comprendo nada…
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Toda a vida da alma humana é um movimento na penumbra. Vivemos, num lusco-fusco da consciência, nunca certos com o que somos ou com o que nos supomos ser. Nos melhores de nós vive a vaidade de qualquer coisa, e há um erro cujo ângulo não sabemos. Somos qualquer coisa que se passa no
intervalo de um espetáculo; por vezes, por certas portas, entrevemos o que talvez não seja senão cenário. Todo o mundo é confuso, como vozes na noite.
Estas páginas, em que registo com uma clareza que dura para elas, agora mesmo as reli e me interrogo. Que é isto, e para que é isto? Quem sou quando sinto? Que coisa morro quando sou?
Como alguém que, de muito alto, tente distinguir as vidas do vale, eu assim mesmo me contemplo de um cimo, e sou, com tudo, uma paisagem indistinta e confusa.
É nestas horas de um abismo na alma que o mais pequeno pormenor me oprime como uma carta de adeus. Sinto-me constantemente numa véspera de despertar, sofro-me o invólucro de mim mesmo, num abafamento de conclusões. De bom grado gritaria se a minha voz chegasse a qualquer parte. Mas há um grande sono comigo, e desloca-se de umas sensações para outras como uma sucessão de nuvens, das que deixam de diversas cores de sol e verde a relva meio ensombrada dos campos prolongados.
Sou como alguém que procura ao acaso, não sabendo onde foi oculto o objeto que lhe não disseram o que é. Jogamos às escondidas com ninguém.
Há, algures, um subterfúgio transcendente, uma divindade fluida e só ouvida.
Releio, sim, estas páginas que representam horas pobres, pequenos sossegos ou ilusões, grandes esperanças desviadas para a paisagem, mágoas como quartos onde se não entra, certas vozes, um grande cansaço, o evangelho por escrever.
Cada um tem a sua vaidade, e a vaidade de cada um é o seu esquecimento de que há outros com alma igual. A minha vaidade são algumas páginas, uns trechos, certas dúvidas…
Releio? Menti! Não ouso reler. Não posso reler. De que me serve reler? O que está ali é outro. Já não compreendo nada…
György Ligeti Concerto de chambre pour treize instrumentistes Ensemble intercontemporain Tito Ceccherini, direction
Effetti grafici: LMC
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Un
cubo trasparente è ciò che si presenta ai miei occhi, appena varcata la soglia
della platea del teatro. È come una scatola di vetro che occupa tutto il
palcoscenico da entrambi i lati e fino al limite superiore del sipario. La
platea è ancora deserta. Le luci sono spente. Mi chiedo se sono giunto a
spettacolo iniziato.
No –
mi risponde la maschera che mi accompagna con una torcia, proiettando ai miei
piedi una intensa luce che illumina i passi con un alone rosso come macchie di
sangue – l’ha voluto il regista affinché niente distragga il pubblico. Vuole
che nessuno spettatore possa vedere altro che non sia la scena e gli attori.
Anche il colore di questa luce, vede?
Durante
la recita – continua la ragazza puntandomi la torcia contro gli occhi – avvengono
scambi di personaggi, di vittime che si trasformano in eroi e di eroi in
vittime. Bisogna che si presti un’attenzione particolare. Mai voltarsi, per
esempio, verso quello specchio enorme che il regista ha voluto in fondo alla
sala.
Prendo
posto in una poltrona della prima fila, di fianco al corridoio centrale. La
ragazza si allontana sorridendo.
Mi
guardo intorno. Il pubblico inizia a entrare. Si sperde nella sala, duplicata
da quello specchio. Anche gli spettatori saranno duplicati, penso. Saremo in
tanti – mi dico guardando le interminabili file delle poltrone ancora vuote.
Da
anni si recita questo spettacolo e a ogni replica il teatro si riempie. La
particolare sceneggiatura, ma soprattutto la vicenda dell’assassinio di un re e
la sua amante, portata da terre lontane, richiama folle immense. La scena
dell’assassinio ogni anno viene applaudita particolarmente. Invece – commentano
i giornali che recensiscono lo spettacolo ad ogni recita – sembra debole quella
della trasformazione. Non aggiungono altro.
Adesso
la sala è piena. Mi alzo, mi guardo intorno. Una radura interminabile di
poltrone. Ogni poltrona fa sentire lo spettatore come padrone di un piccolo
trono. Ogni testa è avvolta stranamente da un intenso alone buio. Siamo re
acefali in attesa.
Piccoli
fari, posti in basso lungo le pareti laterali della platea, proiettano la loro
luce su enormi disegni in stile greco di colore bruno-rossiccio, con figure di
uomini mentre afferrano una testa d’ariete e tentano di sfondare un pesante
portone di quercia, di altri mentre scendono dal ventre di un cavallo e di donne
con piccoli in braccio che fuggono da torri sventrate e in fiamme. In alto
sulla parete di fondo del cubo si nota la scena di un eroe con le braccia
enormemente lunghe, che sgozza una giovane donna sull’altare di un dio e ne
scaglia il corpo contro le rocce.
Al
di là della trasparenza delle pareti, il pubblico assiste alla scena
preparatoria. Il regista vuole che tutto si svolga in modo cristallino dinnanzi
agli occhi degli spettatori.
Nella
penombra, tra corde e travi , gli operai manovrano le funi, le fanno scorrere
silenziosamente sulle carrucole, i fonici sistemano le casse acustiche e gli
elettricisti puntano i fari e illuminano l’interno come una stanza. È una luce
fredda come se il sole di una giornata invernale attraversasse il soffitto.
All’interno
del cubo sulla sinistra è rimasto in ombra un angolo che forma una inspiegabile
nicchia con al centro uno sgabello di legno scolpito e intarsiato con fregi
d’oro.
Clitemnestra
è in piedi di profilo. Dona la sensazione d’essere entrata da destra attraversando
un varco invisibile nella parete. Indossa un elegante mantello celeste che le
avvolge il corpo e una tunica bianca lunga sino ai piedi. Sosta per un attimo
poi si dirige verso lo sgabello. Si siede con le spalle dritte e rigide, poggia
le mani sul ventre, le nasconde tra le profonde pieghe blu del mantello. A
fianco dello sgabello, come uno scettro lasciato lì provvisoriamente, il lungo
manico di una scure a doppio taglio le cui lame lanciano bagliori alla luce dei
fari. Come quello degli spettatori, il volto di Clitemnestra è in ombra. La sua
lunga tunica bianca spicca come il calice di un giglio rovesciato. Dietro le
sue spalle scorre lungo la parete di fondo il sangue della giovane donna. Oh,
adesso sembra un bambino!
Volgendo
le spalle al pubblico Cassandra sta in piedi in silenzio. È al centro del
fascio di luce con cui l’occhio di bue la illumina con violenza.
Chi
può mai dimenticare – grida Clitemnestra – che Agamennone ha ucciso mio figlio
scagliandolo contro una roccia e poi mia figlia Ifigenia, sacrificata per
condurre qui questa straniera? Questa barbara che non comprende neppure la
nostra lingua ma vuole entrare in questa casa come fosse la sua?
Un
mantello di povera lana rossa, lacerato in più parti, ricopre a mala pena le
spalle di Cassandra lasciandola quasi nuda. Gli sguardi del pubblico la
spogliano del tutto, desiderosi di toccare almeno con gli occhi il suo corpo
statuario.
Si vede
chiaramente che ha freddo, lacrime silenziose le solcano le guance, ma non si
riesce a vederne il volto immerso nell’ombra, profonda e spessa come il velo
che le ricopre il capo.
I
tecnici si allontanano. La scena preparatoria è terminata. Le mura grezze del
teatro ricoperte di polvere e nero di fumo, fanno da sfondo.
Clitemnestra
invita Cassandra a varcare la parete di fondo per raggiungere Agamennone.
Cassandra
sembra non aver sentito. Immobile e silenziosa abbassa leggermente il capo sul petto.
Clitemnestra nell’ombra sorride con un’espressione serena sul volto.
Il
pubblico non capisce. La lentezza della scena esaspera gli spettatori. Temono
una lunga attesa prima di poter vedere scorrere il sangue dell’eroe. Eppure gli
era stato promesso. Che fine aveva fatto l’uccisione di Agamennone?
Uno
del pubblico si alza, si allontana dal proprio posto, attraversa il corridoio
centrale sino a giungere ai piedi del palco. Vi si appoggia con il petto,
distende le braccia, spalanca le mani, punta gl’indici verso Cassandra, a voce
alta le chiede di voltarsi e mostrare il viso. Poi si rivolge a Clitemnestra
chiedendole se davvero ucciderà Agamennone, da dove le viene la forza di
mostrare quella serenità, se dietro quel sorriso si nasconde un inganno.
O
forse il regista ha deciso che Agamennone non venga ucciso? E perché tace Cassandra?
Ha dimenticato la battuta? E il suggeritore dentro la buca si è addormentato?
Qualcuno
in fondo alla platea grida che nessuno spettacolo può pretendere che la
tensione possa durare in eterno né permettersi di lasciare che il pubblico
attenda per troppo tempo le risposte.
Si
giunga al nocciolo, si uccida Agamennone, si uccida Cassandra e finalmente
libero da ogni suo timore, Egisto esca da dietro le quinte. Faccia vedere che
il suo amore è sincero. Ci faccia sognare, aggiunge un’anziana signora seduta
al mio fianco, con gli occhi che luccicano di vani desideri.
Clitemnestra
si alza in piedi, smette di sorridere e rivolta al pubblico giura d’aver già
ucciso Agamennone e che adesso toccherà alla straniera.
Dal
fondo della platea si ode un grido. Il pubblico si gira, vede Agamennone cadere
nella rete della sua sposa. Il delitto viene replicato con freddezza dallo
specchio su cui schizzano grosse gocce di sangue.
Tutti
gli spettatori chiedono a gran voce, pugni alzati, che sia subito uccisa anche
Cassandra e che entrambi siano appesi perché tutti possano vedere i loro volti,
riconoscerli domani tra la folla.
Dal
vuoto dello specchio, una voce di donna:
Credevi di sorprendermi quando hai
teso l’agguato ad Agamennone, credevi che non sapessi che nascondevi tra le
pieghe del tuo cuore il coltello con cui mi ucciderai?
Lo sapevo fin da quando Apollo mi ha
condannata a questa preveggenza, fin da quando Agamennone mi ha costretta a
diventare la sua amante.
Quando sulla nave che ci portava qui
sono entrata tra le sue braccia, stretta in una relazione carnale tra vincitore
e vinta, mi ha narrato di te, di come con gli anni ti sei trasformata, hai
perso ogni grazia. Sapeva che al rientro non avrebbe potuto più desiderarti,
che saresti stata per lui come un tramonto di cui si percepisce nelle ossa il
freddo della notte.
Tra le sue braccia ho sentito il
fiotto del sangue sgorgare dalle sue vene, scendere sino al mio ventre,
macchiare le mie cosce di vergine, e ho sentito il tuo fiato di fuoco sul mio
collo come una madre che odia la figlia preda del delirio del sesso.
Non ero io la preda ma il tuo
Agamennone, preda cieca delle proprie voglie, del desiderio di potere, del suo
sentirsi irresistibile e invincibile.
Anche io, condannata alla veggenza, conosco
molto meglio di te, tutti i terribili delitti di cui si è macchiato, delle
uccisioni, delle sue vittime, come se io fossi una di loro, delle tue
umiliazioni subite, della sua violenza contro una vergine.
Tu mi ritieni una barbara, temi che
io sia una che vuole sottrarti il potere. Come sei cieca! Non sai che anche tu sarai
presto vittima di quelle stesse paure che credi di allontanare uccidendomi.
Tace
per un attimo. Si volge verso il pubblico come una cieca nelle tenebre della
notte e con voce stentorea dice: E tutti
voi che volete la mia morte, siete già vittime delle vostre paure.
Il silenzio
si è fatto come un fumo azzurrognolo che stagna su ogni più piccola fonte di
luce. Tutto diventa incerto in questa nebbiolina che confonde i contorni.
Gli
spettatori alzano gli occhi verso il palco. Clitemnestra si muove lentamente, i
suoi passi sono pesanti, è confusa. Va alla spalle di Cassandra e le vibra
numerosi colpi di pugnale alla schiena.
Cassandra
cade alzando il volto verso la sua assassina. Un fascio di luce la colpisce in
viso. Le sue guance sono rigate di lacrime. Le sue mani si tendono verso
Clitemnestra.
Un sibilo
risuona per tutto il teatro acuto e penetrante come quello di un’aquila ferita
in alto tra i monti. È Cassandra o Clitemnestra che grida? Sembra piuttosto l’urlo
lanciato dalle vittime amplificato all’infinito dallo specchio in fondo alla
platea.
Tutto
il pubblico si alza in piedi sgomento, volta per un attimo le spalle alla
scena. L’uomo che prima si era appoggiato al palcoscenico con il petto si
ritrae inorridito. Anche lui guarda verso il fondo della sala.
Quello
che il regista avrebbe voluto scongiurare a tutti i costi, è accaduto.
Quell’attimo di distrazione ha permesso a Cassandra di fuggire.
No –
mormora tra sé lo scenografo – Non è fuggita. Si è cambiata di abito, ne ha
indossato uno elegante, ha scostato i capelli incollati alla bocca sanguinante,
li ha legati dietro la nuca. Non è più la straniera. È Ifigenia, che tutti vediamo
sacrificata sull’altare in fondo a quella parete.
Adesso
Clitemnestra inorridita si china sulla vittima, stringe tra le braccia il suo corpo
senza vita, le afferra il capo tra le mani, le carezza le guance. La bacia
sulla fronte piangendo. La chiama figlia.
Il pubblico con le lacrime agli occhi si alza in piedi e applaude. A chi?
Fernando Pessoa – Libro del desasosiego Fragmento 344 ¡Tanto he vivido sin haber vivido! ¡Tanto he pensado sin haber pensado! Libro del desasosiego de Bernardo Soares Traducción del portugués, organización, introducción y notas de Ángel Crespo
Leído por Luigi Maria Corsanico
Obras pictóricas de Edgar Caracristi
Música: Merima Kljuco & Miroslav Tadic ‘Kraj Potoka Bistre Vode’
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La vida es un viaje experimental, hecho involuntariamente. Es un viaje del espíritu a través de la materia y, como es el espíritu quien viaja, es en él donde se vive. Hay, por eso, almas contemplativas que han vivido más intensa, más extensa, más tumultuosamente que otras que han vivido externas. El resultado lo es todo. Lo que se ha sentido ha sido lo que se ha vivido. Uno se recoge de un sueño como de un trabajo visible. Nunca se ha vivido tanto como cuando se ha pensado mucho.
Quien está en el rincón de la sala baila con todos los bailarines. Lo ve todo y, porque lo ve todo, lo vive todo. Como todo, en súmula y ultimidad, es una sensación nuestra, tanto vale el contacto con un cuerpo como su visión o, incluso, su simple recuerdo. Bailo, pues, cuando veo bailar. Digo, como el poeta inglés, al narrar que contemplaba, tumbado en la hierba, a tres segadores: «Un cuarto está segando, y ése soy yo».
Viene todo esto, que va dicho como va sentido, a propósito del gran cansancio, aparentemente sin causa, que ha descendido hoy súbitamente sobre mí. Estoy, no sólo cansado, sino amargado, y la amargura es también desconocida. Estoy, de tan angustiado, al borde del llanto -no de lágrimas que se lloran, sino que se reprimen, lágrimas de una enfermedad del alma, que no de un dolor sensible.
¡Tanto he vivido sin haber vivido! ¡Tanto he pensado sin haber pensado! Pesan sobre mí mundos de violencias paradas, de aventuras tenidas sin movimiento. Estoy harto de lo que nunca he tenido ni tendré, tedioso de dioses por existir. Llevo conmigo las heridas de todas las batallas que he evitado. Mi cuerpo muscular está molido del esfuerzo que no he pensado en hacer.
Empañado, mudo, nulo… El cielo alto es el de un verano muerto, imperfecto. Lo miro como si no estuviese allí. Duermo lo que pienso, estoy echado andando, sufro sin sentir. Mi gran nostalgia lo es de nada, es nada, como el cielo alto que no veo, y que estoy mirando impersonalmente.